—¡Cuántos horrores suceden en el mundo!
Se dijo a sí mismo el anciano, mirando en la televisión las devastaciones que el terremoto y después el tsunami, habían causado en Japón con innumerables muertos y decenas de miles de siniestrados que se quedaron sin sus casas, sin cobijo alguno, sin nada. Y además la catástrofe nuclear que los amenazaba y forzaba al gobierno a evacuarlos, a desterrarlos de su territorio sin que supieran si podrían volver alguna vez.
Por mucho tiempo los desplazados deberían contentarse con vivir en grandes pabellones deportivos o pedir la ayuda de parientes o amigos. Sentía mucha compasión, mucha pena por esta gente tan desdichada.